ALEGORÍA DEL BOSQUE
Anochecía en aquel bosque, era un día primaveral, el sol se iba y el viento soplaba cada vez más fuerte; el cielo dejaba de estar despejado y un sin fin de nubes lo llenaban.
Fue entonces, que seguí corriendo como lo veía haciendo hace un tiempo. Sin ver con claridad lo que seguía delante y tampoco tenía permitido mirar atrás.
Fue allí cuando tropecé. Caí, cada vez más profundo en un abismo.
Intentaba agarrarme de ramas, de troncos, hasta de pasto en mi desesperación. Pero seguía perdiendo equilibrio.
En ese preciso instante una mano tomó mi brazo; me dejé sostener y me salvó.
Me rescató, y con sus susurros mi latidos acelerados se calmaron, creí que mi corazón intentaba fugarse. Me levanté. Renací y seguí corriendo.
Pero antes, me dijo que aunque no logre ver nada, siga corriendo y confiando en sus palabras.
Porque es allí dónde el está.
Aunque caiga, el sigue estando. Su mano fuerte, aunque por instantes no la sienta, está continuamente sujetando la mía.
Entendí en toda ésta aventura, que el bosque era su voluntad, y que aunque existan momentos de oscuridad, de incertidumbre y no logre verlo ni sentirlo, solo una cosa debo hacer, correr y confiar.
Porque si caigo, sus brazos fuertes me sostendrán.
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